Las personas con explicita consternación se movían literalmente en masa hacia las puertas de salida, la mayoría de nosotros había subestimado la distancia maratónica desde el aparcamiento hasta la terminal aérea de bajo costo. Ocho vuelos debían salir dentro de los siguientes treinta minutos, y las líneas de embarque eran casi indistinguibles en este cóctel de humanidad ansiosa pendientes de la hora. Avanzamos hacia adelante para descubrir que en realidad estábamos a punto de abordar un vuelo a una ciudad en los Balcanes cuyo nombre ni siquiera podía pronunciar. La masa indefinible de pasajeros a la derecha, sintiendo nuestra probable llegada en su espacio, al instante cerró filas, silbó entre dientes, murmuró y nos envió sin misericordia a la parte posterior. Como las últimas personas a bordo, tuvimos la alegría de estar en los últimos asientos del medio restantes, muy separados el uno del otro y peor aún, de nuestros bocadillos. Todo lo cual me hizo pensar que si queremos llegar a nuestro destino dado por Dios en esta vida y la siguiente, es mejor encontrar la fila correcta, mientras tenemos tiempo, y no dejarlo para el último momento, porque con seguridad, siguiendo cualquier otra multitud sin duda esta te llevará a otro lugar al cual es muy posible que no desees ir.
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