martes, 5 de abril de 2016
VINO EN LA QUIETUD DE LA NOCHE
No mucho después de haber decidido seguir a Jesús un amigo me llamó para invitarme a una reunión de oración que comenzaba a las 10 de la noche. Pensé que era un poco raro, pero por otra parte las fiestas de mi pasado reciente nunca empezaban antes de media noche, ¿por qué no? No fue hasta que estuvimos allí sentados qué descubrí con horror que a pesar de que las discotecas de la ciudad cerraban religiosamente a las 2 de la mañana, esta reunión iba a prolongarse hasta el amanecer. Media hora después de haber hecho todas las oraciones en las que era capaz de pensar, todavía me quedaban 8 horas por delante. Los veteranos oraban en voz alta durante quince minutos o más, sin repetir la misma palabra dos veces e incluyendo una amplia selección de versículos de la Biblia, en su afán por persuadir al Todopoderoso. Pero yo no, antes de la medianoche estaba tumbado en el suelo boca abajo y no precisamente abstraído en contemplación profunda. De hecho estaba dormido y sólo una patada en mis costillas varias horas más tarde acabó con mi piadosa y santa apariencia. Unas pocas almas devotas seguían todavía en la sala y el hombre que oraba a medianoche continuaba haciéndolo de forma sospechosamente similar a como lo había estado haciendo antes. Otro hombre aporreaba el piano de forma discordante y gritando para que la gloria de Dios descendiese. ¿Qué podría significar eso? Y entonces sucedió. Si antes había estado dormido ahora estaba totalmente despierto. Mis ojos se abrieron como platos y el vello de mi nuca se erizó. Podía oír un ruido silbante a la distancia, como si se acercase viento. Iba en aumento, acercándose, y a través de las estrechas ventanas pude ver la noche oscura volverse dorada, con una incandescencia antinatural que se hacía más y más brillante por momentos. "Desciende, gloria de Dios", gritó el pianista. Amén, respondieron todos, mientras el ruido silbante llegaba hasta la puerta y la luz dorada entraba en la sala. Mi alma se estremeció; la gloria, fuese lo que fuese, habían llegado y no había forma de escapar de este fenómeno sobrenatural, más real que cualquiera de los efectos especiales que Hollywood haya realizado nunca. Cuando el sonido de ese viento recio alcanzó su clímax y la luz dorada nos bañó a todos el rostro, el camión de limpieza de calles del ayuntamiento pasó por nuestro lado con sus paneles de luces amarillas de advertencia y sus enormes cepillos giratorios. Un minuto después dobló esquina, dejando tras de sí la noche inmóvil y oscura, tal como Dios siempre la quiso. Quedaron solamente el pianista insomne y sus acordes inconexos. Faltaban menos de tres horas para el último amén, justo el tiempo que tardé en dejar de temblar.
© Esta imágen libre de derechos fue suplida por Creative Commons y Flickr: Golden Great Bridge by Jonathan Kershaw.
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